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Deporte y ocio mano a mano.

Miguel Ángel tiene grandes dotes de deportista.
Siempre le gustó jugar a la pelota, chutaba con mucha fuerza aunque pronto dejamos dicho deporte para aquellos espacios al aire libre donde no hubiera nada que romper.

Era un buen lanzador, donde miraba allí acertaba. Claro que el problema es que lo hacía con cosas y a veces, los blancos eramos nosotros. Recuerdo una vez, tendría un año de edad, despertó de la siesta que solía dormir en su cuna y no vio a nadie, solo vio a mi padre que también estaba durmiendo la siesta. Su razonamiento es claro: se despertó, nadie se dio cuenta y como buen demandante de atención, solo se le ocurrió coger la lamparilla de la mesita de noche y tirársela a mi padre. Le dio en toda la cabeza. Buenísima puntería para lo pequeño que era. Gracias a dios, mi padre no sufrió nada grave, eso sí, montó en cólera además de tener un buen dolor que se prolongó varios días.

También le gustaba correr. Siempre que podía "se escapaba". Nunca miraba atrás. Siempre hacía delante, en parte porque él presuponía que había alguien queriéndole alcanzar. Más de una vez nos dio un susto de muerte como aquella vez que se escapó con 5 años. Mi madre se estaba duchando y aunque no suele tardar, ella para prevenir y no perder de vista a mi hermano, dejó la puerta del baño abierta ya que estaban ellos dos solos en casa. Miguel aprovechó dicha situación y se fue escaleras abajo en busca de la puerta de emergencia del negocio que tenían mis padres y salió corriendo calle abajo, una calle donde hay mucho tránsito de coches. Mi madre cuando escuchó sus pasitos bajando la escalera salió de la ducha, se vistió con lo más básico (ropa interior y una combinación) y sin secarse ni nada bajó corriendo buscando a Miguel. Cuando mi madre dio con él, estaba saliendo a la calle. Mi madre corrió hasta la puerta pero con el dilema de que si salia estaba en ropa interior y le daba una gran vergüenza salir así (esto pasó hace 25 años), y si no salía ... ¿hasta dónde correría Miguel? Por suerte vio a una vecina y le gritó que por favor lo cogiera. La vecina alcanzó a Miguel en dos zancadas y se lo devolvió a mi madre. Miguel venía riendo a carcajada limpia y mi madre lloraba del ataque de nervios que tenía. A partir de ese momento, mi padre tuvo que poner cerraduras a las puertas previas a las de emergencia para impedir más sucesos similares.

Miguel A. Guerrero jugando al fútbol.
En otra ocasión, habíamos ido a comprar a un hipermercado y Miguel echó a correr. Mi madre se quedó con el carrito de la compra y yo fui tras él pero sin querer alcanzarlo, ya que quería comprobar si cuando viera que nadie le seguía se paraba o no. Ver si se ponía nervioso o si lloraba.
Curiosamente, no hizo nada de eso. Después de 6 ó 7 minutos corriendo entre lineales, vi que se dirigia hacía el pasillo de salida del hipermercado e inmediatamente le dí alcance para evitar que saliera a la calle ya que allí no podría controlar sus movimientos ni el peligro que le acechaba con los coches que transitaban por la misma.
No se paró, no miró atrás, no lloró. Para él era un juego: correr.
He de apuntar que Miguel tiene algunos premios por competir corriendo en su colegio. Es un fondista nato.

Pero lo que siempre le gustado es el agua. De pequeño le teníamos una piscina hinchable en el patio que solía rasgar con frecuencia cuando tiraba las macetas dentro de la misma. Viendo su pasión por el agua, con 14 años, decidimos apuntarlo a Special Olympics para que aprendiera a nadar. Es una organización para chicos con discapacidad intelectual que nos fue recomendada en el colegio para que Miguel aprendiera a coordinar mejor sus movimientos de brazos y piernas.
Miguel A. Guerrero ejercitando sus piernas.

Sin embargo, no le fue lo bien que esperábamos porque no aprendió a nadar, es más empezó a tenerle miedo al agua. La estrategia usada en aquel entonces (quizás demasiado agresiva) sólo hizo que Miguel no quisiera bañarse allí además de rebelarse contra el monitor. Quizás aquellas terapias fueran buenas para otros chicos pero con mi hermano, comprobamos que no. Os recuerdo que Miguel no estuvo diagnosticado de autismo hasta los 21 años por lo que en esa época de su vida aún no lo sabíamos.
Una vez diagnosticado, en Autismo Sevilla nos hablaron de las actividades de ocio. Sin pensarlo dos veces elegimos la piscina.

Miguel iba con uno de los chicos del voluntariado y en la piscina serían guiados por un monitor especialista en autismo. En el agua, el voluntario no se separaba de Miguel, de manera que poco a poco volvió a coger confianza en el agua. Mueve sus piernas mientras se agarra al bastón. No sabe nadar pero, al menos, tiene conciencia de que si se va más allá no toca pie. Y no tocar pie es algo que le pone nervioso. El agua nunca le supera los hombros. Así que hemos conseguido que tenga el respeto necesario al agua.

He de deciros que la sonrisa de Miguel tanto antes, durante como después de la piscina es desorbitada. Es la felicidad personificada. Viene relajado y muy obediente. Es por ello que siempre que podemos, hacemos una escapadita a la piscina... él siempre nos lo agradece con sus gestos. Disfruta inmensamente y nosotros con él.

Miguel A. Guerrero


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