Corría el año 1997, era otoño y un nuevo curso escolar en el Colegio de Educación Especial San Pelayo había comenzado su andadura. Miguel Ángel tenía de nuevo a Adela, su profe del año anterior. Era una mujer muy atenta con los niños, agradable y gran profesionalidad. Ella había conseguido que Miguel Ángel le ayudara a trasladar por el colegio a los niños en sillas de ruedas, cuando él nunca ha podido ver cerca una silla de ruedas o un cochecito de bebé. También había logrado que interviniera en una obra de teatro sin que llorara y pudo pintarle su carita utilizando sus propias manos a modo de pincel-caricia. Consiguió así mismo que distinguiera alimentos frescos como el tomate, el huevo, el pimiento o las partes de su cuerpo y cara. Adela había conectado muy bien con Miguel y él, por su parte, la adoraba.
Un día, los jardineros encontraron en el patio del colegio una arqueta abierta, su tapa había sido desplazada, algo que era muy difícil de hacer puesto que era de hormigón y sus dimensiones eran considerables siendo necesario varias personas para manipularla. Pensaron que había sido un descuido de algún trabajador de mantenimiento así que volvieron a taparla, siendo necesario tres hombres para colocarla en su sitio.
Al día siguiente, volvieron a encontrarla abierta. Los jardineros hablaron con el Director del Centro ya que era un peligro para los chicos. Ningún trabajador ni profesor había sido pero lo peor era que nadie había visto nada... entonces ¿quién abría la arqueta? ¿para qué la abría? ¿qué buscaba en ella?
Teniendo en cuenta los horarios de clase y las horas de llegada de los jardineros, llegaron a la conclusión de que alguien lo hacía a posta en alguno de los recreos de los chicos. Así que acordaron, que al día siguiente, todos los profesores y cuidadores estarían vigilando concienzudamente los recreos de los chicos con el fin de encontrar a esa persona que ponía en peligro la seguridad de todas las personas que allí se encontraban. Era un misterio que tenían que resolver para tranquilidad de todos.
Al día siguiente, en el segundo recreo, descubrieron a una personita moviendo la tapa de la arqueta.
Fue Adela quien la descubrió y no podía salir de su asombro.
Era Miguel Ángel. Un niño de 14 años de complexión delgada movía la tapa de hormigón sin ayuda de nadie. Después de desplazarla, volvía a su rincón favorito como si no hubiera hecho nada, como si nada hubiera ocurrido.
Los jardineros tampoco daban crédito... Sí, un niño era el responsable. Miguel Ángel siempre demostró una fuerza descomunal para su edad y su complexión. Él es un chico de rutinas. Una vez que realiza una nueva acción la convierte en rutina y cuando se trata de acciones que representan un riesgo para él así como para los demás, hay que cortarlas de raíz para evitar males mayores.
El caso que nos ocupa bastó con empezar a dar unos paseos en el recreo de la mano de su cuidadora, así se evitó que volviera a acordarse de la arqueta.
Sin lugar a dudas, es un fuera de serie, astuto y sigiloso además de tener una fuerza física de un atleta.
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